jueves, 5 de julio de 2012

EL 50 %




El pasado viernes  29 de junio  ,  el Ministro de Educación anunció que los estudiantes universitarios becados que suspendieran el 50 % de sus asignaturas no solamente perderían la continuidad de la beca sino que deberían devolver el importe percibido de la misma.

Como primera impresión, aprobar el   50 por ciento de  un curso parece  ser misión no complicada con trabajo, esfuerzo y obviamente otras cualidades innatas del alumno ,  pero no debemos perder de vista que estamos hablando la Universidad de España  y en la misma:

El 70 % de los universitarios españoles emplea hasta dos años más que los programados para terminar su carrera, el 50 % abandona la carrera sin acabarla y el 30 % lo hace en los dos primeros años .

Vistos estos porcentajes ,  conseguir el 50 % pretendido por el Ministro puede ser incierto y más si estás en una carrera con " pencada "  incluída porque en la evaluación hay circunstancias ajenas a la preparación del alumno y que inciden negativamente en su valoración.

Me sorprende además esta medida cuando los becados universitarios, entiendo en la Universidad Pública, en España solo son el 25 % de los matriculados , la mitad  que en Europa , y puestos a preocuparnos por el rendimiento o aprovechamiento de los estudiantes debería también preocupar la valoración exterior de la Enseñanza Superior en España  ya que entre las 100 mejores universidades del mundo no hay ninguna española.

Es notorio   que esta medida trata de perseguir a los estudiantes que “defraudan” y  disiente  de otra reciente sobre la amnistía fiscal a los  GRANDES defraudadores,  quienes pagando  un  10%  se benefician con el  “olvido” del resto de su deuda.

Peor todavía es la filosofía que la medida encierra ;  la aplicación del criterio de la RETROACTIVIDAD en el empleo del dinero público. Aplicando esa medida a otros ámbitos igualmente importantes en la gestión y aprovechamiento del gasto PÚBLICO :  ¿ A QUIÉN/ QUIENES,. CUÁNTOS/CUÁNTAS  hay que pedir responsabilidad por una mala gestión o un rendimiento ineficaz y  por lo tanto la DEVOLUCIÓN DE  SU SUELDO , SUS DIETAS  o AMBOS ?

No obstante si lo que pretendía la medida anunciada por el Ministro de Educación era castigar a los estudiantes que no ejercen de tales,  lo que castiga  es el ejercicio y desempeño de la tantas veces proclamada y no menos veces ignorada   igualdad  de oportunidades en el estudio, en la Universidad y fuera de la misma.

Pascual Ruiz Gallardo,  6 de julio de 2012

miércoles, 11 de enero de 2012

"DOS ENTRADAS" de Antonio TEJEDOR GARCÏA

Antonio Tejedor García,  http://lagartosquebrada.blogspot.com/  , hasta el 31 de diciembre pasado profesor de Literatura del Instituto de Pedrola y a partir del día siguiente ciudadano que deja la actividad laboral para ejercer de liberado del despertador ha escrito un relato titulado " DOS ENTRADAS" dedicado al grupo INSOLENZIA.
 Como seguidor y allegado insolente me permito calificarlo como  lujo y un honor.
Muchas gracias , Antonio,  disfruta de la jubilación.

                                DOS ENTRADAS de Antonio Tejedor García
Las dos y diez, como todos los días. A esa hora Olga regresa de la universidad. Deja los libros en la mesa con el gesto de cansancio que dan tantas horas de clase y separa la carpeta de apuntes. Después de comer tiene que pasarlos a limpio.
La música ocupa ahora el apartamento. La minicadena tiene un asiento permanente sobre un taburete, al lado de la mesa. Ha pulsado el ON y un ligero estremecimiento sacude su cuerpo al ritmo de la noventa punto siete, la emisora que escucha con una fidelidad de sombra. Una fidelidad que es un aplauso por la promoción que realiza de los grupos emergentes de la ciudad. Grupos jóvenes, con garra, a los que solo falta ese pequeño empujón mediático para situarse en el mapa de las ondas. Su hermano toca el bajo en uno de ellos. Mario, uno de los amigos, es el batería de otro.
El recorrido habitual acerca a Olga hasta la ventana. La abre con parsimonia y saca la cara al vacío en busca de un soplo de aire fresco. Al otro lado aparecen los tejados de cada día y un cielo azul recién barrido por el cierzo. Una inspiración fuerte antes de dar media vuelta en dirección al armario, colgar la ropa y ponerse el uniforme de casa, un chándal gris y holgado, fundamentalmente cómodo. En la puerta de al lado, en el frigorífico, encuentra unos restos de verdura y un táper con la carne estofada la noche anterior. Los huele con un aire casi de asco, como si estuvieran pasados. La realidad no hace nombre al olor: anda escasa de hambre. Cierra la nevera  y se deja caer sobre la cama, un metro más allá. A veces le asalta la pereza y en ese dejarse ir -que nunca sabe si es culpa o desánimo-, las dudas aprovechan para invadir las entretelas y colgarse de las piernas y las manos. La dejan indefensa, a las puertas de la apatía. Solo reacciona cuando piensa en Mario.                    
Estudian en la misma clase y de vez en cuando salen con amigos comunes, una pandilla amplia en la que escasean las intimidades, como si aún no hubiera llegado el tiempo de las parejas. A pesar de ello, apenas hablan más allá de los saludos de costumbre. Ni el azar logra acercarlos a menos de dos metros durante cinco minutos seguidos. La timidez. ¡Oh, la timidez!, ese muro tras el que nunca sabe si lo que esconde se puede llamar prudencia o es simple cobardía. Una timidez que únicamente se manifiesta ante él. ¿Al revés, también? No hay forma de adivinarlo. Cuando en el pub se sientan en corro, todos a la vista de todos, Olga coloca su silla en un ángulo de 90 grados. Le resultaría difícil, más que mirarlo de frente, soportar su mirada. O que no la mirara. Luego se enfada consigo misma, maldice un pudor tan raído -por falso-, como anacrónico; porque las pocas veces que lo ha sorprendido, la mirada de aquel loco, limpia, directa a los ojos, ha sido todo un regalo. Además, nunca la baja hacia el escote. Si acaso, hasta los labios. ¿Una forma de pedirle un beso?
Pensar en la boca le abre el apetito. Después de comer la fruta recoge la mesa y friega los platos. Se permite un rato de descanso, en la cama, antes de cerrar la carpeta de apuntes y ordenar los folios del trabajo de Meteorología a presentar el lunes. Sobre él deja las entradas para el concierto de Insolenzia.  Aún quedan cuatro horas y continúa sin descifrar la margarita. Ana y Cristina, las amigas más cercanas, han ido con sus padres de fin de semana y las ganas de marcha parecen haber viajado con ellas. Otra disculpa más, como si fuera tan difícil encontrarlas.
Ese asomo de abulia rebota, de pronto, en un golpe de rebelión. No, ni hablar, nada de quedarse en casa. El recuerdo tímido de Mario vale por un soplo de coraje, por el entusiasmo de una primera decisión. Aunque su grupo no toque esta noche.
Ella, en la niebla de los sueños, pega sus labios en los de Mario y despierta casi asustada, temerosa de revelar su ser más íntimo. Ante él, ni siquiera se aventura con alguna de las mil frases que el lenguaje corporal inventa para una insinuación.  Ahí se detiene. Se detenía, más bien. El sábado pasado se atrevió a la charla, a la broma, al roce de los cuerpos. Olga podía escuchar su respiración, a veces entrecortada. Y sentir el peso de sus ojos que jugaban al escondite, a no ser descubiertos. Ella los descubrió, sin embargo. Sonríe con el recuerdo. Sabe que los ojos no mienten, que es preferible creer a las miradas, primarlas ante el sonido de las palabras. Algo la retrae, sin embargo, y el freno de las reservas se impone.
En el alféizar de la única ventana del apartamento descansa una hilera de cactus cuyo riego vigila cada viernes. Le gusta, sobre todo, un opuntia albata que se descuelga hasta casi tocar el suelo. Siempre fue el preferido, como si su serpenteo atrajera la buena suerte con más fuerza que sus parientes. Deja caer unas pocas gotas de agua sobre el mantillo de cada una de las macetas de colores, todas distintas. Le encanta esa variedad de tonos que, en conjunto, le dan un cierto parecido al arco iris. Acerca su mano en una simulación de caricia, muy cerca de las espinas. Cerca del peligro.
Así ve a veces a Mario: como un peligro. ¿De qué? No sabe, no contesta. O no quiere contestar porque eso implica una dosis de osadía de la que, de momento, carece. Se niega, sin embargo, a ese conservadurismo que impediría cruzar la mar, a esa última coartada que retarde el salto al vacío. Porque saltará. Más tarde o más temprano, el vuelo resultará inevitable. Lo sabe. Y sabe que ha de prepararse, dispersar como niebla molesta la tensión que supone intentar agradarle, olvidar el recelo por lo que pueda pensar, dejar en casa la duda de qué cara poner que no resulte afectada.
Con otros chicos ha sido diferente. Un ligue, sin más. Un revolcón en medio de cualquier noche, dejarse llevar sin mirar más allá de la mañana ni de quien despierta a su lado. Solo sexo. ¿Mario? ¡Ah...! De Mario emana un olor distinto que atrae por lo desconocido. Por eso le cuesta tanto la normalidad. Hasta ahora.
Cierra la ventana con un gesto de energía. Resuelta, como si ese movimiento ahuyentase todos los temores. Con la suficiente audacia para ir con la cara por delante, sin estrategias ni celadas. De frente. Las entradas para el concierto de Insolenzia como único argumento. La música se ocupará del resto. Después de muchos días, el hervidero de las burbujas del estómago habla de felicidad. Quizás mañana esté derrumbada si … Rechaza el mal pensamiento con una firmeza no exenta de seguridad. De momento se encuentra feliz, radiante y eso es lo que importa. La decisión lo merece.
 Bajo la ducha, el agua templa un cuerpo en efervescencia. El jabón recorre la piel para calmar las caricias esperadas. Se ha cargado de ilusión y ahora le cuesta dominar la euforia. Entonces gira la llave y una ráfaga de agua fría la despierta a la realidad. Se acerca al espejo envuelta en una toalla para suavizar la tiritera y el cristal le devuelve una figura en la que nadie encontraría demasiados fallos. Hoy, ni siquiera ella.
Cualquiera diría que el efecto satinado y luminoso de los fluidos hidratantes en el rostro o la sombra plateada de los ojos o quizás la sonrisa rojo-sensual que viste en los labios es la causa de un cambio tan radical. Ella sabe que no, que son simples aditivos, mera escenografía. Como esa blusa blanca que iluminará la pista. La metamorfosis brota de las profundidades: ha tomado una decisión.
Recoge el pintalabios, las llaves, el dinero y cuelga el bolso del hombro al tiempo de girar sobre sí misma en un gesto de abrazo imposible. Los tacones resuenan hacia la salida. Abre la puerta con una energía descontrolada hasta casi chocar con la figura que estaba a punto de tocar el timbre. Es Mario, que retira la mano de la pared y sonríe. Busca algo en el bolsillo del pantalón y lo extiende hacia Olga.
-Tengo dos entradas para el concierto de Insolenzia. ¿Vienes conmigo?

 Antonio Tejedor y Daniel Sancet (2011)